Pepe Viyuela *
Protos Ministeriolis fue un músico y bailarín griego nacido en la isla de Sipris, a la izquierda de la península de Syrizis, según se sale de los golfos de Európolis.
Tras una profunda crisis que le llevó a la indigencia y a vivir en la calle, se convirtió en creador de nuevas fórmulas musicales y compuso melodías consideradas extremas por los tradicionalistas, pero inscritas en los más elementales cánones de la dignidad musical.
Armado de coraje, decidió dedicarse a componer nuevos ritmos, así como a concebir pasos de baile que rompieran con los dictados tradicionales.
Sus primeras composiciones de éxito fueron Juro que nunca volveré a pasar hambre y Lo que nadie creyó que el viento pudiera llevarse, que llegaron a convertirse en verdaderos himnos populares en toda la Hélade, y que dejaron helados a los integrantes de la Asociación de Músicos Europeos. Ministeriolis buscaba el contacto con los ritmos de la clase popular, alejándose de los utilizados en los lujosos salones centroeuropeos.
Pese a habérsele solicitado con vehemencia, Protos Ministeriolis siempre se negó a componer baladas. “La balada presenta un componente alienante y prefiero el desequilibrio que propone el nuevo tempo”, afirma.
Las propuestas coreográficas de Ministeriolis causaron furor en Grecia, logrando multitud de seguidores. Sus adeptos salían a las calles y llenaban plazas y avenidas con un nuevo espíritu melódico.
Recabó, sin embargo, el odio enconado de las escuelas europeas, que buscaron el modo de arruinar su carrera. Fue incluso amenazado con la expulsión del llamado Club de los Prebostes si se negaba a modificar el compás, la intensidad y la potencia de sus melodías.
La Academia Alemana de la Música, dirigida por Frau Panzer, que propugnaba en la danza el uso del paso de la ocarina, se convirtió en una de sus más acérrimas enemigas. Frau Panzer buscaba la uniformidad del movimiento y consideraba que la deuda musical de Ministeriolis con ella era imperdonable. Le propuso entre amenazas bailar en su ballet internacional; Ministeriolis aceptó y se lanzaron ambos a la escena.
Durante el periodo de ensayos resultó herido gravemente por los pisotones de Frau Panzer, que pesaba más de 120 kilos y se movía en el escenario como Wolfgang por su casa. En su exhibición de fuerza le pisó varias veces, provocándole fracturas en los dedos de los pies que llegaron incluso a impedirle caminar correctamente. A pesar de ello, Ministeriolis decidió seguir bailando. La gira continuó y a medida que avanzaba, el éxito de la Panzer era cada vez mayor. Llegó a hacerse con una inmensa fortuna, al tiempo que los bailarines de su compañía hacían de palmeros y recitaban sus coros.
En cierta ocasión, Frau Panzer estuvo a punto de hacer caer a Ministeriolis del escenario. Tras un empujón deliberado, éste rodó por el suelo y cuando estaba a punto de estrellarse contra el público, reaccionó con habilidad y pudo volver a recuperar el equilibrio. Magullado y dolorido, mirando directamente a los ojos de Frau Panzer, Ministeriolis comenzó a caminar hacia ella muy despacio. La música había cesado y el público contenía el aliento. Nadie sabía lo que iba a pasar. Se mascaba la tragedia. Al llegar a su altura, Ministeriolis le arrancó a la Panzer sus siete velos. Ella le hizo saber en medio del teatro que si no seguía bailando se moriría de hambre, a lo que él contestó que no le faltaban propuestas de otros ballets y que si seguía tratándole así estaba dispuesto incluso a bailar por su cuenta en medio de la calle.
A Frau Panzer le hubiera encantado despedirle en aquel momento, pero el público, desilusionado, amenazaba con marcharse del concierto. Ella, temiendo por sus ingresos y dado que desde los palcos más caros le hacían señales para que aguantara, volvió a tomar la mano de Ministeriolis y continuaron bailando. Su gira se prolongará solo Dios sabe hasta cuándo.
Hay quien dice que Ministeriolis seguirá siempre bailando con la Panzer, pero hay otros que afirman que ella ya ha planeado su asesinato.