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Channel: Caricaturas desanimadas – El blog del verano
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El hombre que hablaba demasiado… poco

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Pepe Viyuela *

Pepe_Viyuela

El señor Knucklehead nació una mañana luminosa de la primavera de un año cualquiera. En realidad, fue una mañana luminosa hasta el momento en que el señor Knucklehead vio la luz, ya que a partir de ese instante dejó de ser primavera y apareció un otoño con cara de rudo invierno, que provocó la caída de las hojas y una poda indiscriminada de geranios; el mundo se oscureció y los animales de la comarca lloraron durante días.

El señor Knucklehead nunca, ni de pequeño, fue niño, nació ya siendo un señor, con cara de señor, voz de señor y malicia de señor. Tampoco gozó nunca de eso que llamamos candor ni inocencia infantil. Lo más parecido a jugar que hizo fue aprender a esconderse en los altillos y lanzar cuerdecitas sobre los hombros de la gente, imaginando que harían todo lo que pudiera ordenarles.

Sus primeras palabras fueron “no me consta”. Las pronunció balbuciente el día que su padre le preguntó si había sido él quien se había comido un yogur que había dejado sobre la mesa. El padre del señor Knucklehead sospechaba de él, pero era incapaz de encontrar las pruebas para incriminarle. Por otro lado, sentía que poco a poco, sin que nadie se diera cuenta, iba haciéndose el amo de todo. Un día se lo encontró sentado en su sillón favorito, fumándose sus puros, con los pies encima de la mesa. A verle entrar, el señor Knucklehead dijo a su padre: “Te acabo de matar, ahora yo me ocuparé de las cosas de la casa. Y aféitate ese bigote.”

El señor Knucklehead

Ilustración: Daniel Miñana

Con apenas seis años, el señor Knucklehead empezó a dejarse crecer una hermosa barba con el fin de que le tapara la boca, porque había empezado a desarrollar pánico a las palabras. Era tan silencioso que cuando hablaba no se reconocía a sí mismo y se asustaba. Tampoco soportaba que la gente conociera sus pensamientos. Dentro de su cabeza bullía un ruido viscoso, un magma de desconfianza en los otros y sobre todo en sí mismo.

Cuando hablaba en público, procuraba hacerlo desde detrás de las cortinas y mintiendo lo que podía, porque el señor Knucklehead era un amante de la verdad a medias y de la ambigüedad. Además tenía la capacidad de creerse sus propias mentiras. Y así iba por la vida: callando casi siempre y hablando para mentir.

Otra de las aficiones del señor Knucklehead eran los sobres. Le encantaba jugar con ellos. Los introducía en sus bolsillos y hacía desaparecer en ellos todo aquello que se le antojara. El único juguete que tuvo nunca fue una caja de magia, cuyo libro de instrucciones estudió muchas veces de arriba a abajo. Cierta vez intentó un truco con unos hilillos de plastilina, pero no triunfó y fue abucheado durante días.

Pese a todo, y gracias a su tenacidad y capacidad de supervivencia, acabó por convertirse en el mago más hábil y oscuro de su entorno. Llegó a desarrollar una profunda vocación por la prestidigitación y aprendió a hacer desaparecer a todo aquel que le hacía sombra.

La magia de cerca no era lo suyo, se le veían todos los trucos; pero acabó siendo un prodigio en lo que se refiere a las grandes ilusiones. Su gran baza consistía en hacer desaparecer las cosas consiguiendo que el público mirara hacia otro lado. Las cortinas de humo eran su especialidad.

Al señor Knucklehead le gustaban también mucho los números de escapismo. De hecho, cuando alguien se enfadaba con él, se tapaba los ojos y la boca con las manos y desaparecía. Todos seguían sabiendo que estaba allí, pero nadie era capaz de hacérselo entender, porque él era capaz de creerse, como hemos dicho, sus propias mentiras y además le daba igual lo que dijeran los demás.

Cuando todos le pedían que se fuera del escenario porque sus números fracasaban, él no decía nada y se tapaba los ojos y, de ese modo, parecía que no estaba, pero todos sabíamos que estaba allí, detrás de las cortinas de humo, dispuesto a hacernos desaparecer a todos porque en el fondo nos odiaba profundamente.

(*) Pepe Viyuela es actor. / Fotografía de Moisés Hernández Acosta.

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