Pepe Viyuela *
El pastor alemán actúa guiado por un instinto depredador, aunque, por otro lado, suele obedecer ciegamente a quien sabe convertirse en su amo. Para ser su enemigo basta con no estar de acuerdo con él, torcer el gesto o emitir señales de miedo ante su presencia. Esto es lo peor, ya que estimula su agresividad y sus deseos de dominio. Hay, por tanto, que mostrar fortaleza y no correr nunca si nos ataca. Debemos hacerle sentir que somos capaces de ponerle el bozal si nos molesta.
Como buen pastor, el alemán sólo pretende proteger al rebaño, es un amante del silencio de los corderos y no quiere que nadie se desmande ni desacate las normas. Únicamente él está autorizado a saltar la cerca si tiene hambre, y puede llegar a matar una oveja a fin de evitar el caos. Él es la autoridad y lo sabe y cualquier cordero que salga del redil o tome un camino no previsto es un peligro que siente que debe controlar.
Si no se muestra seguridad ante él, como buen perro toma el mando y acaba por convertirse en dueño y señor del destino de quien quizá tenga más inteligencia que él, pero carece de sus colmillos.
Si bien la agresividad extrema le ha llevado en algún momento a ser apaleado, su instinto dominante acaba por imponerse y en cuanto te descuidas te dice lo que tienes que hacer, incluso en tu propia casa.
Su moral es recia, presume de austeridad y no le gustan las siestas, persigue la modorra y la combate con su ladrido amenazador y su dentellada fría, pero curiosamente también busca el sol, de hecho le encantan las playas y sueña con Mallorca.
Son características suyas la fuerza y la inteligencia, está dotado para el entrenamiento duro, es sin duda un animal preparado para el trabajo y como perro guardián no tiene precio. Se le emplea también como guía para ciegos. Pero, debido a su carácter, muchas veces se confunde y cree que todo el mundo está ciego menos él. Se empeña entonces en llevarte a lugares no deseados, te hace comulgar con ruedas de molino, te mete en todos los charcos y te puede llevar al precipicio y hacer que te despeñes.
Como animal de salvamento en situaciones de crisis ha demostrado también utilidad, pero no debemos perder de vista que el salvamento lo lleva a cabo sencillamente porque espera su recompensa. No existen en él fines solidarios ni humanitarios, sino de puro interés canino, por lo que en pleno rescate puede abandonar a la víctima, si ve peligrar su recompensa. Para él es antes la bolsa que la vida… del otro.
Del mismo modo, en su labor de perro policía puede acabar excediéndose en su labor y puede terminar metido en tu salón, convertido en el amo del jardín e impidiéndote el paso a tu cocina. Cuidado con eso, no lo dejes nunca suelto.
Por todo lo dicho, se advierte que es necesario tener cuidado con el pastor alemán. No nos queda más remedio que convivir con él, pero hay que saber que siempre está preparado para el ataque. Un ataque que no tiene por qué ir dirigido a la yugular, pero que siempre estará destinado a marcar su territorio y a invadir el tuyo.
Recuerda siempre que si le demuestras autoridad, aprenderá a respetarte. No olvides tampoco que no estás ciego, que tienes ojos y que seguramente verás, si no mejor, al menos tan bien como él. Si sufres un accidente y él quiere rescatarte, ten cuidado con el lugar del que tira de ti, podría estar mordiendo órganos vitales y llegar a ser peor el remedio que la enfermedad. No olvides tampoco que, si plantándole cara, sigue mostrándose agresivo, no tienes que correr, sino seguir tu camino. Si aún así se empeña en perseguirte, sigue ladrando y amenaza con morderte, llama a tus amigos y demuéstrale que no puede contra todos.
Todo el problema del pastor alemán parte de sentirse el centro del universo y de no haberse dado cuenta todavía de que sin sus vecinos él sólo sería un perro solitario.